lunes, 2 de marzo de 2009

1.0

Antes que nada, me declaro un fiel seguidor del discurso de Duchamp.

En tiempos de sequía creativa el hombre se pone títulos de lo que le suena bonito y siente que combina con su actividad cotidiana, nos gusta disfrazar nuestros fracasos y nuestra mediocridad con añadidos que nos hacen sonar interesantes, ser chidos, estar in; la comida y los fieles corceles que la hacen rodar se han unido para llevar a cabo un plan imperfecto, poco inteligente, absurdo, pero creíble, o increíble según de que lado del cristal te encuentres. Mediante un código mudo los cocineros se han puesto de acuerdo: ¡Somos unos artístas! exclama la mayoría gastrónoma, la multitud se vuelve loca de euforia, asientan los gorros blancos.

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