Antes que nada, me declaro un fiel seguidor del discurso de Duchamp.
En tiempos de sequía creativa el hombre se pone títulos de lo que le suena bonito y siente que combina con su actividad cotidiana, nos gusta disfrazar nuestros fracasos y nuestra mediocridad con añadidos que nos hacen sonar interesantes, ser chidos, estar in; la comida y los fieles corceles que la hacen rodar se han unido para llevar a cabo un plan imperfecto, poco inteligente, absurdo, pero creíble, o increíble según de que lado del cristal te encuentres. Mediante un código mudo los cocineros se han puesto de acuerdo: ¡Somos unos artístas! exclama la mayoría gastrónoma, la multitud se vuelve loca de euforia, asientan los gorros blancos.
lunes, 2 de marzo de 2009
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